Para comenzar: hagamos entre todos un ejercicio. Dejarnos
arrastrar unos minutos por el túnel del tiempo –un tiempo más o menos cercano o
lejano de acuerdo a quien lea estas palabras- y aterricemos en la escuela de
nuestra niñez ¿Pueden ver los detalles de los salones?¿Se acuerdan de los
baños?¿De la señorita Esther, Mirta,
Bety, Norma o Susana?¿De la biblioteca o
el salón de actos?
Bien, ahora elijan uno o dos recuerdos felices. Me corrijo:
no solamente felices. Elijan, entre los muchos que seguramente ya aparecieron,
aquellos donde la escuela, su escuela, el salón o la dinámica de clase tomó una
relevancia inesperada. Un momento de tiempo suspendido: un acto escolar, una
salida didáctica, la feria de ciencias, la proyección de una película por fuera
del horario escolar, una radio improvisada en la biblioteca…
Siempre que hacemos este ejercicio con mis alumnos docentes,
las imágenes más recurrentes de recuerdos escolares tienen que ver con lo “menos escolar” ¿Y qué es lo
“menos escolar”? Pués aquellos instantes donde la dinámica aúlica se ve
interrumpida por actividades “no formales”. Y nos vemos envueltos –un instante-
por un aire fresco que entra por la ventana. Por la ventana que linda con el
afuera.
Dice Ines Dussell en uno de sus textos sobre las nuevas alfabetizaciones,
que tanto las nuevas tecnologías como los medios, se vieron relegados por la
escuela durante mucho tiempo. Y que cuando se hizo urgente su inclusión, fue
siempre por una exigencia externa (llámese padres, intereses de los
niños/jóvenes o sociedad que cambia y reclama). Por eso, los medios y las TIC entraron
primero por la ventana.
Aquellos actos escolares, los paseos por el parque, el
taller de teatro o de lectura por fuera del horario escolar fueron, para varias
generaciones, diferentes formas de acercar dos mundos: el de la escuela,
puertas adentro, y el de la vida que sucede afuera.
Mi humilde reflexión gira en torno a esto último: que las
TIC y los medios son una hermosa forma de acercar los mundos. No se trata entonces de ceder todos los
espacios a los medios y convertir la clase en una calesita de recursos
audiovisuales. Ni siquiera de prepararnos -y preparar a los chicos- para un
mundo adulto hipercomunicado, donde quien no entiende las tecnologías no accede
al mundo laboral . No. Se trata de liberar a las dinámicas escolares de las
ataduras de miedos, prejuicios y formalidades. De abrir la ventana para dejar
entrar ese mundo que maravilla a los pibes, resignifica espacios escolares,
convierte el aprendizaje en un motor, en un puente entre adultos y chicos, pero
también entre chicos que se comunican con otros chicos.
Rescatar de lo netamente escolar, todas las formas de
conservación y transmisión de nuestra
identidad. Y comenzar a construir, con lo no escolar, identidades nuevas,
complejas. Aprendizajes en colaboración, espacios de comunicación, puentes
generacionales. Desde el blog comparto
algunas experiencias y los invito a sumar con sus reflexiones.
Carolina Fiori
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